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Ante la creciente vulgaridad que nos rodea y va apoderándose del mundo, dada la escasez de personas elegantes -especie en extinción- que han decidido refugiarse en sus reductos de intimidad y la dificultad de encontrar referentes que nos acerquen a la excelencia ética y estética, nace esta página para contribuir a hacer el mundo más sublime, ilustrando y orientando a todos aquellos que compartan estas inquietudes. Bienvenidos. Madame Claude.

Nombre:
Lugar: París, Nueva York, San Francisco, Barbados

Aristócrata. Elegante. Sofisticada. Encantadora. Misteriosa. Seductora. Idealista. Refinada. Sensual. Inteligente.

sábado, junio 10, 2006

Madame Claude de Sévignac. Una vida en imágenes

Mis queridos lectores de Glamourissimo.com:



Quisiera mostrárles el perfil humano de una mujer que ha dedicado toda su vida al cultivo de la belleza y de la elegancia, especialmente en una época en que impera la vulgaridad y la incultura más abyecta. Con este breve reportaje fotográfico, deseo realizar un breve, aunque sincero homenaje, a quienes fueron mis maestros: Cristóbal Balenciaga, Coco Chanel, Christian Dior, Yves Saint-Laurent, Sidonie Gabrielle Colette, Jean Cocteau, Jean Giraudoux y, especialmente, a mi marido, el conde Arthur de Sévignac, hombre inteligente y distinguido, donde los haya, que supo llevar con extrema dignidad su condición homosexual y que me dio una hija y cinco hijos -de ellos, uno hetero lamentablemente.
Siempre he pensado que el encanto de una mujer reside en su naturalidad: nada de poses afectadas ni artificiales. Soy única e irrepetible porque siempre muestro mi verdadero yo.

La verdadera belleza de una dama reside en su inteligencia. Maquillaje, vestido, joyas... Todo es vano y perecedero. Lo único que permanece es nuestro pensamiento.

Por ello, al acabar el Lycée, comencé mis estudios de Periodismo:

Siempre me ha interesado la cultura oriental. Por ello, me especialicé como reportera gráfica con destino en el Magreb y en la perdida Indochina:

Todo ello, me condujo a innumerables recepciones en casas de embajadores,



donde es necesario estar preparada en todo momento,



y saber fumar o beber adecuadamente.




Precisamente, fue en una de estas fiestas -fascinantes, pero, a veces, tediosas- en donde conocí al séptimo conde de Sévignac.
Caí profundamente enamorada de su apostura, elegancia y magnífica conversación. Tres meses después, en una reunión en la embajada de Sri-Lanka en Lahore, declaró sus intenciones honestas hacia mí sin ocultarme su ostensible homosexualidad -de hecho, mientras me pedía en matrimonio, flirteaba con el agregado cultural de Japón, un hombre con un charme verdaderamente especial-. Tanto la noticia de su propuesta de boda como su orientación me dejaron confusa. Abandoné rápidamente la fiesta y anduve vagando por las oscuras calles de Lahore, hasta llegar a una modesta taberna a orillas del Mekong, donde, junto a una taza de té, traté de ordenar mis ideas.
Finalmente, era la oportunidad de mi vida. Harta de tanta frivolidad, de noches enteras entre diplomáticos, de hoteles de gran lujo -pero siempre tan solitarios-, de partir rápidamente de un lugar a otro del mundo... Tenía que descansar y formar una familia.
Por consiguiente, accedí a su petición. Abandoné mi carrera y, en nuestro apartamento de Madison Avenue o en nuestra casa de la Avenue Georges Mandel de París, me convertí en una nueva mujer: sólo una simple ama de casa,
pero sin olvidar mis inquietudes sociales.
Inevitablemente, dábamos algunas fiestas; especialmente, en París, pero siempre con un fin benéfico evidente
y patrocinando la más alta cultura. Recuerdo, con especial cariño, nuestras entrañables reuniones con los existencialistas y los creadores del noveau roman en el Café de Flore: Albert Camus, Marguerite Duras, Jean-Paul Sartre, así como mi especial amistad con Michel Foucault.
Como ven, ésta ha sido mi vida. Según habrán comprobado, no he tratado, en ningún momento, de crear un especial culto a la personalidad, sino resumir el periplo de una mujer absolutamente normal -como todas ustedes-
a quien le correspondió vivir una de las épocas más fascinantes de la historia.
Ya, al final del camino -parafraseando a Dante-, cuando no es lícito mostrar el rostro y sólo queda la estela de lo que hemos dejado en el mundo,
quisiera, una vez más, rendir un sentido homenaje a quien fue el hombre de mi vida: el conde Arthur de Sévignac, cuyo amor hacia mí y hacia su amante, el agregado cultural de Japón -de cuya esposa soy gran amiga-, fue lo más hermoso que he tenido.

Para siempre, con ustedes,

Madame Claude de Sévignac