Madame Claude de Sévignac. Una vida en imágenesMis queridos lectores de
Glamourissimo.com:
Quisiera mostrárles el perfil humano de una mujer que ha dedicado toda su vida al cultivo de la belleza y de la elegancia, especialmente en una época en que impera la vulgaridad y la incultura más abyecta. Con este breve reportaje fotográfico, deseo realizar un breve, aunque sincero homenaje, a quienes fueron mis maestros:
Cristóbal Balenciaga,
Coco Chanel,
Christian Dior,
Yves Saint-Laurent,
Sidonie Gabrielle Colette,
Jean Cocteau,
Jean Giraudoux y, especialmente, a mi marido, el conde Arthur de Sévignac, hombre inteligente y distinguido, donde los haya, que supo llevar con extrema dignidad su condición homosexual y que me dio una hija y cinco hijos -de ellos, uno hetero lamentablemente.
Siempre he pensado que el encanto de una mujer reside en su naturalidad: nada de poses afectadas ni artificiales. Soy única e irrepetible porque siempre muestro mi verdadero yo.
La verdadera belleza de una dama reside en su inteligencia. Maquillaje, vestido, joyas... Todo es vano y perecedero. Lo único que permanece es nuestro pensamiento.
Por ello, al acabar el Lycée, comencé mis estudios de Periodismo:
Siempre me ha interesado la cultura oriental. Por ello, me especialicé como reportera gráfica con destino en el Magreb y en la perdida Indochina:
Todo ello, me condujo a innumerables recepciones en casas de embajadores,
donde es necesario estar preparada en todo momento,
y saber fumar o beber adecuadamente.
Precisamente, fue en una de estas fiestas -fascinantes, pero, a veces, tediosas- en donde conocí al séptimo conde de Sévignac.
Caí profundamente enamorada de su apostura, elegancia y magnífica conversación. Tres meses después, en una reunión en la embajada de
Sri-Lanka en
Lahore, declaró sus intenciones honestas hacia mí sin ocultarme su ostensible homosexualidad -de hecho, mientras me pedía en matrimonio, flirteaba con el
agregado cultural de Japón, un hombre con un
charme verdaderamente especial-. Tanto la noticia de su propuesta de boda como su orientación me dejaron confusa. Abandoné rápidamente la fiesta y anduve vagando por las oscuras calles de
Lahore, hasta llegar a una modesta taberna a orillas del
Mekong, donde, junto a una
taza de té, traté de ordenar mis ideas.
Finalmente, era la oportunidad de mi vida. Harta de tanta frivolidad, de noches enteras entre diplomáticos, de hoteles de gran lujo -pero siempre tan solitarios-, de partir rápidamente de un lugar a otro del mundo... Tenía que descansar y formar una familia.
Por consiguiente, accedí a su petición. Abandoné mi carrera y, en nuestro apartamento de
Madison Avenue o en nuestra casa de la
Avenue Georges Mandel de París, me convertí en una nueva mujer: sólo una simple ama de casa,
pero sin olvidar mis inquietudes sociales.
Inevitablemente, dábamos algunas fiestas; especialmente, en París, pero siempre con un fin benéfico evidente
Como ven, ésta ha sido mi vida. Según habrán comprobado, no he tratado, en ningún momento, de crear un especial
culto a la personalidad, sino resumir el periplo de una mujer absolutamente normal -como todas ustedes-
a quien le correspondió vivir una de las épocas más fascinantes de la historia.
Ya, al final del camino -parafraseando a
Dante-, cuando no es lícito mostrar el rostro y sólo queda la estela de lo que hemos dejado en el mundo,
quisiera, una vez más, rendir un sentido homenaje a quien fue el hombre de mi vida: el conde Arthur de Sévignac, cuyo amor hacia mí y hacia
su amante, el agregado cultural de Japón -de cuya esposa soy gran amiga-, fue lo más hermoso que he tenido.
Para siempre, con ustedes,
Madame Claude de Sévignac
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